Historias por leer y descubrir

«Cuando la vida vuelva a la normalidad, no me voy a olvidar de las tramas y los paisajes vigueses de Domingo Villar, que seguirá en posición preferencial en la lista de historias por leer y descubrir»

Leer te brinda diversos beneficios, más allá del acto placentero de pasar páginas. El hábito acciona la llave de la rueda lectora que no para de girar, porque la lectura nos descubre enriquecedores libros y autores. La rueda no para: leemos regularmente, necesitamos y queremos más, y nos informamos de lo que nos llama la atención. Así que por el camino tropezamos felices con nuevas historias que nos asombran, mecha mágica para seguir añadiendo cromos en el álbum literario particular.

Supe de sus habilidades como escritor leyendo una crítica certera y cariñosa sobre sus tramas policíacas en la revista Nuestro Tiempo de mi querida Universidad de Navarra. Me fié del crítico, porque lo envuelvo de esa auctoritas de profesor admirado, con el que disfruté de las historias mientras nos enseñaba a releer los textos para fijarnos en los detalles que intuían lo escondido. Ya lejos de las aula, seguí saboreando sus palabras al compás de sus reflexiones y sus Dos veces cuento. Así que sin pensarlo anoté el nombre del autor en la lista de libros pendientes. Lo subrayé: Domingo Villar.

Apenas conocía del escritor un retrato en blanco y negro que ilustraba la reseña. Fui a la librería y cauto pregunté. Únicamente disponían de traducciones en catalán. Me gusta leer en mi idioma, pero siempre que se pueda (cosa de la que no voy sobrado) prefiero las obras en su escritura original. Como en el escritor que nos ocupa me era favorable, rechacé sus historias traducidas. Así que convencí que lo bueno se hace esperar, y dejé en espera a Domingo Villar.

Hasta el 17 de mayo, día de las letras gallegas. Curiosamente, hurgando en VigoHoy, leí la notica de que el escritor había sufrido un ictus.  Con esa pena que nos envuelve ante las desgracias de conocidos, reviví en mi memoria la relación mía con el escritor. Supe que además era vigués, interesante motivo para leerlo. Sin tiempo a digerir esa incipiente y aún frágil conocimiento del autor, en un abrir y cerrar de ojos, supe que había fallecido. Atónito ante la pérdida de un ser que no conozco pero que le estaba cogiendo estima a raíz de la lectura, no se me ocurrió mejor homenaje que visitar la biblioteca en busca de sus historias. Volví a fracasar. Salí con otros autores en el regazo, pero sin las peripecias de Leo Caldas concebidas por Domingo Villar.

Theodor Kallifatides, un escritor griego emigrado a Suecia que felizmente recién me han descubierto, explica sin estridencias en su breve, sincero y profundo libro Otra vida por vivir, que los autores escriben para tener una plaza o una escuela a su nombre, en definitiva, para seguir existiendo. En el fondo, escribimos para que nuestras palabras recobren vida cuando nosotros ya no pisemos el mundo. Por eso, más allá del lamento sincero aunque efímero o de los actos simbólicos, el mejor homenaje que se le puede brindar a un verdadero escritor es continuar leyéndolo más allá de su último aliento. Reviso el artículo desde el hospital, celebrando el nacimiento de mi preciosa quinta hija. La vida es el permanente contacto con la vida y la muerte, entrelazadas por la conjunción. Cuando la vida vuelva a la normalidad, no me voy a olvidar de las tramas y los paisajes vigueses de Domingo Villar, que seguirá en posición preferencial en la lista de historias por leer y descubrir.