«¿Cómo se gana esta épica contienda? Con alegría, ímpetu, picardía, pero sobre todo –que no se nos olvide– con nuestro ejemplo. Es simple: los hijos leerán si nos ven a menudo enfrascados entre líneas, pensamientos e historias»
A veces me carcome la melancolía. Aunque sea yo alegre, cada vez se me hace más presente lo que se pierde nuestra juventud. Tampoco soy tan mayor, pero mi infancia era en la calle, en medio de la naturaleza o en el salón de casa sin aparatos tecnológicos, luchando con bravura e imaginación contra el tedio. Aburrirse nunca era un problema. La tecnología era solo un armatoste la cual no acertábamos descubrir para qué servía. Era mágica, extraña. Incomodaba.
Una imagen reciente: un grupo de niños esperando para entrar en un teatro vetusto lleno de encanto. Yo no me perdía detalle de la elegancia de la construcción. Pero reinaba un silencio absoluto, extraño, incómodo. Los niños estaban sentados en los escalones, con los ojos al suelo, moviendo los dedos a toda velocidad para matar marcianos, conseguir vidas y pasarse el juego. Game over.
La algarabía de mi infancia es ahora el ruido de las máquinas. Lo más desesperado del asunto es que tengo mil anécdotas que demuestran cómo un exceso de tecnología elimina la creatividad de los adolescentes. No es momento de llorar, pero sí quiero rebelarme ante esta situación que adormece la curiosidad inherente de la infancia y los confina en su aislamiento cultural.
¿Cómo se gana esta épica contienda? Con alegría, ímpetu, picardía, pero sobre todo –que no se nos olvide– con nuestro ejemplo. Es simple: los hijos leerán si nos ven a menudo enfrascados entre líneas, pensamientos e historias.
Nosotros ya no somos la infancia, pero tenemos el deber de guiar esa juventud a algo más profundo que exprimir tecnología. Debemos esforzarnos para abriles los ojos, abarcar la riqueza de la vida, fomentar su curiosidad, grabar en su alma las ganas por aprender. Hay mil opciones: teatro, museos, el poder de las historias e incluso oportunidades para escribir gracias a los premios literarios. Hay luchadores culturales por la causa. Vale la pena acercarnos a esos utópicos románticos que saben mucho. Nos ayudarán a abrir las ventanas de los apasionantes mundos que nos sugiere la cultura para beneficio de nuestros hijos.