¿Y ahora qué?

Los jugadores celebran la permanencia sobre el césped. Foto: RCCelta

Tras salvar la temporada en el último partido, el Celta mira al centenario con un futuro cargado de incógnitas y mucho, muchísimo, trabajo por hacer este verano  

Termina una temporada, otra más, cargada de miedos, sudores fríos y contradicciones. Corre el minuto 96 del partido contra el Barça en Balaídos, con Iván Villar desplomado tratando de ganar unos segundos en el lentísimo reloj del tiempo de la angustia, cuando el árbitro levanta los brazos al cielo y desencadena la euforia refrenada hasta el momento, la liberación de los fantasmas del pasado, del presente y del futuro, el adiós temporal al miedo que ha estado y que vendrá. Al eterno retorno de las frustraciones.

Porque así es este Celta, eternamente frustrante, desmedidamente ininteligible, desnortado de principio a fin, con unos meses de coherencia insospechada en cada una de las doce temporadas seguidas en Primera. Meses que, a la postre, terminan por ceder su hueco a la indigencia del proyecto, tan en pañales hoy como ayer, tan dependiente de algún genio de la casa que frote la lámpara por ensalmo. Ayer, Aspas; hoy, Veiga. ¿Mañana?

Mañana Dios dirá. Aunque esa es la pregunta que atorme­nta a la hinchada celeste: ¿y ahora qué? Ahora un centenario por montar. Y no nos referimos a los actos ni a los himnos, claro, sino al equipo y al proyecto. El entrenador está en el aire, consciente, ya, de ese aroma de lo endeble que preside la nave celeste: “Yo para estar en un club tengo que reunir supuestos que me satisfacen. Hay uno que se cumple: la afición es fabulosa. El resto, tenemos que hablar. No me voy a agarrar al contrato”.

Qué razón tiene Carvalhal, el hombre que, como tantos, como todos, llegó hasta donde le dieron las fuerzas del enamoramiento inicial, del gusanillo en el estómago. Después, como en cualquier buen amor, cuando hubo que sumar voluntad a la pasión, la idea se torció, se desplomó. Porque voluntad -cojones en un sano exabrupto literario- hay pocos en este equipo. Lo demuestra el Barça, que campa a sus anchas durante la primera media hora, gol anulado a Kessié por la uña del dedo gordo, palo exterior de Lewandoski, continuos pases filtrados a la espalda… Jugarse nada contra jugarse la vida y, sin embargo, tres faltitas en los primeros cuarenta minutos.

Entonces, por fortuna, llegó él. El hombre de moda del celtismo, ese que resume los motivos todavía con lágrimas en los ojos: “Amo al Celta”. Un amor con fecha de caducidad puesta ya por el propio presidente, Carlos Mouriño, hace casi tres meses: “A Gabri no lo vamos a vender, nos lo van a comprar”.

Suena tan evidente como rancio. Tarde llegó el Club a la renovación de un futbolista generacional, que en dos ratos y tres carreras en Primera despide la temporada con 11 goles, dos en el día de los hombres, el primero una auténtica obra de arte en un par toques que deberían poner en las escuelas futbolísticas, también en Afouteza o en Galicia 360º. Una maravilla que cobra más valor por la fecha y el momento de zozobra que atravesaba el equipo en ese instante, insisto, con tres faltitas pusilánimes en el día en el que te la vida en ello.

Pero Gabri se va, o lo echamos -quién sabe-, por 40 millones de euros. Una cifra irrisoria si la que los paga es la Premier, ese campeonato que, para que se hagan una idea, desembolsó el verano pasado 60 millones por Cucurella. Así que sí, Veiga ya no va a estar ahí en el siguiente día de la marmota.

¿Y Iago? Iago sí, aunque a ver en qué condiciones. Porque después de años y años salvando al equipo, el ‘diez’ nos ha recordado que todos, absolutamente todos, perdemos siempre la carrera de la edad. Hoy ha sido la espalda, mañana… Mañana será lo que deba ser para otro futbolista generacional camino ya de los 36 años.  

La confección de la plantilla

Entonces, ¿ahora qué? El vacío. O tal vez no. Pero apunta a eso. Máxime si la directiva mantiene su pulso desnortado, ese que te lleva a vender a Brais y echar a Denis para no traer a nadie a cambio; a fichar delanteros binarios que expresan sus cifras goleadoras en 0 y 1; a no buscar un portero de verdad; a apostar por fichajes estrambóticos que no aportan nada, como Swedberg, cinco millones de intrascendencia que no jugó con nadie, tampoco con Carvalhal, y a todos luces mucho peor futbolista que, por ejemplo y sin buscar nada del otro mundo, Miguel, canterano y gratuito.

Esta es la realidad de un Celta que acaba el curso fraccionado, algo que no pueden ocultar los festejos que engalanan la noche tras escapar de la quema en el último suspiro. “Veiga sí, Mouriño no” canta Balaídos cuando el marcador le da una tregua, la del 2-0, pronto reventada por esa eterna voluntad de sufrimiento.

“Veiga sí, Mouriño no”. Ese es el sueño de la hinchada, o eso parece. La realidad: Mouriño sí, Veiga no. ¿Y a cambio? Un equipo por hacer. Harían falta, a bote pronto, un portero, dos laterales, un central -a la espera de ver qué sucede con Unai, cedido por el Athletic-, dos centrocampistas dignos de tal nombre, un extremo y un delantero sin código binario. Ocho hombres para empezar a hablar. Casi nada… Y todo en manos de Luis Campos, ese gran asesor externo de renombre que cierra una primera temporada para el olvido, en Vigo y en París. Porque en Vigo está y sigue a tiempo parcial, claro.  

Lo resume Carvalhal, no exento de razón: «No soy de excusas, pero a partir de Semana Santa perdimos nuestra estructura del lado derecho: Mingueza ha estado lesionado, Carles estuvo casi dos meses jugando pinchado, y Aspas y Veiga se cayeron mucho. La plantilla no es muy amplia«. Un eufemismo, era muy corta, se va Veiga y está por ver qué sucede con los cedidos, Unai y Carles en cabeza.

Así que sí, huele a drama de verdad apenas doce horas después de abrochar la permanencia. O tal vez no. Porque esto es el Celta, el club de las contradicciones. Quién sabe. Quizás el centenario haga que alguien ahí arriba se preocupe por empezar a hacer las cosas bien, por armar un proyecto, por definir una idea, por traer los jugadores adecuados… Mientras tanto, disfruten de la permanencia, que no es poco.