Por José María Sendra
En 1937 mi padre nació en medio de un bombardeo, camino de un barco que lo llevaría al exilio a Francia. Jamás pude imaginar que mi generación viviría un trauma capaz de sentarse a la mesa con ese.
Posiblemente los mejores profesores que he tenido en mi adolescencia o los que más me han gustado han sido los de Historia y Geografía, seguramente eso ha sido condición fundamental para que me gustasen ambas. De entre todos los personajes que la historia nos deja entrever siempre hubo uno que me fascinó, por lo pequeño de su figura y lo tremendas que fueron las consecuencias de sus actos.
La mañana del 28 de junio de 1914 en pleno verano Bosnio Gavrilo Princip, un joven nacionalista yugoslavo asesinaba al Archiduque Francisco Fernando de Austria. Un joven pobre, nacido en la miseria campesina de los que están bajo el yugo de varios imperios, era el interruptor que Europa necesitaba para sumergirse en el primero de los horrores a los que se ha auto sometido en el siglo XX, y dejaba las brasas para el segundo, aún más horrible y deshumanizante, y puede que fuera el sustento de eternas tensiones en los balcanes, poco caldo para tanta sopa.
Y mientras divagaba sobre Gavrilo, qué bien divaga uno de cuarentena, comencé un bucle de información que mezclaba redes sociales con wikipedia, y estos días claro, uno se quiere informar sobre Wuhan, ojalá siguiera siendo anónima, y lee que en ella confluyen el rio amarillo y el Han, y a uno le gustaba la geografía, y le sonaban ambos ríos y metido en un bucle pasan horas de confinamiento que no es poco. Y me fue llevando a la presa de las tres gargantas, y había escuchado hablar de esa maravilla de la ingeniería China, y me explicaba un señor con mucho detalle la electricidad que conseguían producir y como muchas ciudades y pueblos habían queda anegados tras su construcción.
Y al lado, había una noticia que buscaba el click, y caí, caí como el Sava que pasa por Sarajevo cae en el Danubio, y caí como el Han cae en el rio amarillo. La noticia hablaba del Atalanta Valencia de ida de la Champions League, donde descubrimos el gran público a un entrenador majara que hacía que el fútbol fuese eletricidad pura como aquella que a raudales genera la gran presa cercana a Wuhan, Gasperini, Gian Piero, puro rock and roll puro desbocamiento, puro Totismo.
Las investigaciones comienzan a teorizar como aquel Atalanta Valencia pudo ser el gran foco inicial que ha convertido a España e Italia en los países más asolados por el Coronavirus fuera de China, que aquel día casi el 30% de la población de Bérgamo, 2.500 seguidores del Valencia y miles de periodistas crearon una olla a presión con todos los ingredientes para que algo mucho más grande y terrible naciese de aquella pequeña decisión de ir a ver un partido de fútbol, y al paso de las consecuencias de aquel encuentro varias ciudades y pueblos han quedado no anegados pero casi.
Y mientras sueño con abrazar a mis amigos con el primer gol de Iago cuando esto acabe -¡como lo vamos a cantar!-; mientras paso horas en el único grupo de whatsapp que no ha decaído su actividad, riendo con los megas de Pedro Sanchez, o del Multamovil de Abel Caballero tan vital para nuestro confinamiento como un restaurante vegano en el mercado de Wuhan, divago, me entristezco, me río y me lleno de rabia leyendo que no se podía saber.
Estar encerrado en casa compacta nuestras emociones en un espacio muy pequeño, y lo que sucede fuera es aterrador y dramático, y sólo tenemos que pensar, que no debemos ser Gavrilo, que nuestras pequeñas decisiones no deben desatar dolor a nuestro alrededor, y que antes de matar a un archiduque o ir a por dos tonterías al súper, debemos plantearnos si merece la pena, porque todos estamos conectados.