El mundo nos aguarda paciente. Silencioso. Pero entre el bullicio y el ajetreo de nuestro andar, lo relegamos a la lejanía, atados en y por nuestras cavilaciones de capital importancia. Pero tampoco debían de ser de tanta trascendencia porque mientras tanto la vida sigue girando igual, sin detenerse ante nuestro narcisismo. Vivimos encerrados en nosotros mismos. Pero el mundo, sereno y abierto, sigue esperándonos con sus maravillas sutiles y centelleantes.
Es cuestión de querer. Renovar la mirada de sorpresa ante lo cotidiano. Observar la vida desde nuevas perspectivas, para descubrir otros matices interesantes. Hasta alcanzar la contemplación. Esta disposición de espíritu no sale fácilmente pero tampoco no es difícil, solo que antes necesitamos conquistar esta actitud.
Un ejemplo de una tarde anodina cualquiera. Volvía yo del trabajo, exhausto. Pensando sin parar en mis preocupaciones laborales. El mundo parecía caerme encima, derrotando mis ánimos. Pero era la noche que se acercaba. En una tregua, levanté los ojos para orientarme. Descubrí un par de jóvenes que se asombraban. De algo. Por algo. Fue un instante efímero. Fui capaz de agarrarlo al vuelo. Y me giré, curioso, para ver el objeto de su sorpresa.
El cielo galopaba hacia la oscuridad en un mar de naranjas y rojos memorables, comiéndose con pasión los lilas grisáceos de las nubes turbulentas. Me quedé atónito. Sobrepasado por tanta belleza que se me regalaba. Con los colores mágicos de esa realidad que tantas veces nos atormenta, el vivir recobró todo su sentido.
Todos los días del año esconden infinitud de bellos misterios preparados para romper a añicos nuestra ceguera. Es querer palpar esas preciosidades escondidas. Se necesita suerte, también, para estar en el sitio adecuado en el momento mágico, pero no todos los que están son capaces de valorarlo como se merece el asombro. Ante tanto dolor y destrucción de este 2022, es una maravilla de regalo del Creador el poder y querer vivir así, persiguiendo la belleza.