Me recuerdo como un licenciado pobre e ingenuo, con el dinero justo para subirme al autobús, cruzando esa España nocturna. De punta a punta, en línea recta. Por rutas secundarias y pueblos abandonados. Esa noche creo que España de Baloncesto puso contra las cuerdas a los americanos. Final o semifinal de no sé qué olimpíada de Pekín, diría. Se ve que al descaro español le fue de un pelo (y alguna que otra decisión arbitral polémica) de derrotar a una versión del dream team que se paseaba por las pistas pero que se colgó la medalla aún temblorosos. Once puntos de diferencia. Pero muy, muy, muy al final. No soy un entendido, pero no me equivocaría demasiado en afirmar que aquella victoria fue la primera gran derrota de los americanos.
Me enteré de ese cantar de gesta por las noticias monótonas de la radio a no sé qué hora. De madrugada, cuando mi cuerpo, entumecido por la rigidez del asiento y la oscuridad solitaria, fue poco a poco recuperando su ímpetu. Temblaba débilmente con pequeñas rampas en los pies por culpa de la pereza del insomnio y el sueño interrumpido.
Aterricé en una estación céntrica, oscura. Casi mediodía. Es como si aún lo estuviera viendo. Me veo bajándome, sacudiéndome los pies al aire, cargando con fuerza la sufrida maleta. A lo lejos estabais ya todos vosotros. Nos abrazamos después de casi un año.
Así llegué por primera vez a Vigo. Tierra curiosa, de cuestas y cansancios, de edificios que se elevan en el cielo, grises, desordenados. De coches veloces que vuelan por el asfalto y te acribillan por todos lados. Y cerca, como olvidado, el mar.
Y el ambiente, con un decorado de nostalgia que se huele, pero no se toca. Así es Vigo, bulliciosa, altiva de sus encantos invisibles, capaz de vivir sin necesidad de suplicar penosamente para conseguir turistas para las Cíes, casi despreciándolos a lo Humphrey Bogart como si no tuvieran la dignidad de la gran urbe.
Y si pienso en Vigo, desde muy lejos, me entra la morriña y el anhelo de querer escuchar esas eñes que se estiran perezosas y suenan a dulzura. Pero me consuelo porque a partir de hoy me dejarán escribir regularmente sobre lo que acontece en esta ciudad que enamora únicamente a aquellos capaces de descubrir detalles escondidos. Será una mirada de Vigo muy personal desde la distancia. Sorprendiéndome con vuestras noticias, recordando vivencias y paisajes de las veces que os he pisado, reflexionando sobre lo que os ocurre, imaginando suposiciones o inventando historias que me sugiere vuestro día a día.
Perdonadme mis imperfecciones y desconocimiento de vuestra tierra (gajes de la distancia), pero si no es mucha molestia, dejadme al menos estas breves líneas para saciar mi morriña viguesa mientras voy contando los días que quedan para preparar la maleta y regresar.
Bravo! Que bueno!