Mear fuera de tiesto

Aspas antes de lanzar un penalti. Foto: LaLiga

«No era el momento de poner las evidencias al descubierto, de escupir en lugar de suspirar, de rajar en vez de tirar del carro en la misma y única dirección que ya nos queda: una victoria improbable pero posible. O rezar y cruzar los dedos y hacer exactamente lo mismo que llevamos más de una década haciendo: buscar a tres peores. Por ahora dos ya se han inmolado. ¿Lo hará el Valladolid?»

Mear es algo tan humano como dormir o respirar. Una evidencia que no merece mayor explicación. Ahora bien, se puede mear en orden o de modo irresponsable, salpicando el bidé de todas esas cochinas gotas insufribles. Si hablamos de hombres, claro. Aquí todavía no han impuesto la igualdad. Tal vez en algunos hogares, en el ámbito privado. Quién sabe. Lo cierto es que mear, y muy fuera de tiesto, es lo que ha hecho Iago Aspas con una rajada épica en el peor momento posible.

Uno entiende la frustración del capitán, cojo, ya sin espalda sobre la que seguir soportando el peso de una nave a la deriva desde hace ya demasiado tiempo. Porque eso es este Celta, un barco que apesta a Titanic en cada soplo, en cada leve suspiro futbolístico. Lo de ayer de Cádiz fue una aberración. Un equipo planteado para jugar que sólo aspiraba a que pasasen los minutos. Y estos pasaron, claro, pero para desesperación propia y ajena. Lo raro fue el mínimo 1-0 final para un conjunto que aspiró hace tiempo a querer ser algo y deambula como una sombra estrafalaria por el devenir final del campeonato.

Una victoria en los últimos once partidos. Provoca y quita el hipo al mismo tiempo. Susto y muerte. El colofón final de una planificación que podía ser chistosa pero que, a la postre, resulta terrorífica. Una ruta con aroma a podredumbre, esa que desprenden los cadáveres todavía calientes por el abandono reciente del alma, que ya disfruta del Cielo. No la del Celta, camino del infierno merecido en otro verano más de ‘noxenta’ planificación: dos delanteros centros que no suman cinco goles entre ambos, un mediapuntita sin identificar, un californiano, un sueco que pasaba por allí, un central-lateral descartado por el Barça, y un central cedido y repudiado del Atlhetic. Ah, bueno, y un portero que no se sabía dónde estaba, aunque ahora sí se sepa dónde está: en la enfermería, qué desgracia.

Y claro, con todo esto es comprensible la frustración del capitán, que al filo del abismo escupe un exabrupto delicioso: “Nos falta calidad”. Pues claro. Lo saben hasta las águilas, Iago. Se fue Brais, se echó a Denis, y vinieron… Nadie. Y sin centrocampistas no hay paraíso. Suerte que irrumpió un gran talento, un chaval de 20 años, Gabri Veiga, que nos permitió soñar mientras le duró la gasolina. Un par de meses. Luego a alguien en el Club le explotó la cabeza o la calculadora de millones y afirmó que “nos lo van a comprar” y todo se fue al garete para ser finos.

Por eso, sí, es una demencia incorregible la de este Celta pálido de muerte que se la jugará contra el Barcelona el domingo. Pero no era el momento de poner las evidencias al descubierto, de escupir en lugar de suspirar, de rajar en vez de tirar del carro en la misma y única dirección que ya nos queda: una victoria improbable pero posible. O rezar y cruzar los dedos y hacer exactamente lo mismo que llevamos más de una década haciendo: buscar a tres peores. Por ahora dos ya se han inmolado. ¿Lo hará el Valladolid?

Podría ser. Pero eso no da derecho a Iago a mear fuera de tiesto. Tampoco su mala espalda. Y mucho menos todo el silencio cómplice de todos estos años insufribles.