«Qué limitado, qué mezquino, qué pobre de espíritu hay que ser para escribir lo que has escrito Marian; te compadezco querida, debe ser tremendamente triste ser tan ruin y llevar tanto odio y desprecio por la plebe celtista»
Hacía tiempo que no se rompían pechos con abrazos desmedidos tras un gol de Iago; había pasado mucho. En la cabeza del celtismo y en la del mejor futbolista que ha llevado la celeste la duda de si estábamos presenciando el ocaso de este mito comenzaba a plantarse delante de nuestras narices.
Fue un duelo de equipos desquiciados, ambos temerosos del futuro, espejo quizás del futuro uno del otro, de lo que pasa cuando tú futbolista más importante abandona el barco. Fue un partido loco, de la que algunos, Solari, salieron sentenciados y otros, quizás Cervi, quizás Galán, quizás Kevin, nos dejaron esperanzas.
Marcó Iago, espoleado por una afición a la que el Chacho incitó tocando a degüello a mitad de semana. Vibró Balaidos, con un equipo crecido ante un gigante timorato y con los pies de barro. El clima, el rival, el horario las palabras del míster ayudaron a una buena entrada.
Coudet, fan de lo obvio, de lo lógico, seguramente animado por la adrenalina de ese gol en el 96, de ese abrazo gritando a viva voz con Tapia, decidió en rueda de prensa dar rienda suelta a lo obvio, a lo lógico como su fútbol.
Pidió el Chacho unidad, pidió que en un momento en que las economías mundiales y las familiares se contraen, el club ayude a que el campo se llene, porque el Chacho, canchero como pocos, disfrutó por primera vez desde su llegada de un campo semilleno, de un aliento constante de una afición que creía y convenció más al equipo, y se puso feliz, como las buenas personas son felices cuando pasan cosas buenas.
Pidió el Chacho entendimiento, tender la mano, olvidar las rencillas, dijo textualmente que representamos a la ciudad de Vigo, y que deberíamos tender la mano e invitar al alcalde. Cuánta sensatez, cuánta sencillez de un hombre que lidia como toda la ciudad con los egos de un alcalde y un propietario del club que se parecen mucho más de lo que les gustaría.
Y entonces, como si fuesen incapaces de soportar la felicidad de su afición, como si la simple idea de que el celtismo durmiera tranquilo dañase su propio sueño, la familia Mouriño hizo hablar a su estilete mediático:
Prefiero un Balaidos celeste que un Balaidos lleno, que estén los que tienen que estar, los de siempre, los que animan y los que sienten los colores #sotipodesentendelo #halacelta #afouteza
Marian Mouriño, empresaria, celtista de corazón y comprometida con su mundo. Marian, la que nos trajo en sus primeros años a chicas ligeras de ropa con gorritos de papá noel a tirar caramelos en Río Alto, !qué tiempos!
Para Marian solo son celtistas los que ella considere; seguramente para ella yo, usted que me lee también, somos unos sangresucia celtistas que no comulgan con todo lo que ella y su papá nos promulgan.
Mientras no tenga el honor de conocerla, ojalá poder hacerlo y preguntarle con calma y educación muchas cosas, a Marian me la tengo que imaginar como parece, empresaria porque su papá tiene dinero, celtista porque su papá posee el Celta, comprometida con su mundo, con su mundo pequeñito pequeñito como sus miras, rodeada de gente de la élite económica menospreciando a todo el que no es como ella.
Qué limitado, qué mezquino, qué pobre de espíritu hay que ser para escribir lo que has escrito Marian; te compadezco querida, debe ser tremendamente triste ser tan ruin y llevar tanto odio y desprecio por la plebe celtista.
Cada día que pasa queda un día menos para que este alcalde deje de ser alcalde y cada día está más cerca el día que ésta familia aparte sus garras del Celta de Vigo. Jamás nos quitarán el Celta, jamás nos quitarán Vigo y no hará falta una Navidad rumana del 89; será todo más sencillo.