En pleno corazón de la ciudad, en el cruce entre Bembrive y Beade, arranca esta senda que, pegada al río Eifonso, nos descubre molinos y parajes ocultos por el tiempo y la vegetación
En la frontera entre las parroquias de Bembrive y de Beade, un camino silencioso se abre paso sobre el susurrar del río Eifonso y el verde henchido de los árboles. La ruta se cubre de copas elevadas de robles y castaños que sombrean cada paso, cada instante.
El pequeño riachuelo, sobredimensionado por la noche de los árboles, nace más arriba, a la ribera del Campus Universitario de Vigo, y desciende flanqueado en sus orígenes por el Monte das Lagoas, filtrándose después entre Pedra Cavaleira y As Pereiras. Luego, mezclando calma y oleadas, se precipita hacia el Lagares, punto final de su continuo fluir existencial.
Pero antes de todo eso, arrancando en aquel intermedio entre Beade y Bembrive, nos deja una ruta a la que da nombre: la del río Eifonso. Un sendero adecentado por el tiempo y por los hombres -en 2009 fue rehabilitado por la Pedanía de Bembrive-, con el ancho suficiente para el ir y venir de aquellos carros y carretas de otra época, que buscaban, río arriba, el grano que los molinos trajinaban.
El primero surge al poco de arrancar, a mano izquierda, oculto al final de una cañada. El Muiño do Sorrego, que descansa sobre la ribera del agua, piedra rehabilitada que alberga oscuridad; paso previo al Molino de A Pedrosa, al que se accede por un puente de madera.
A continuación, siempre cara arriba, surge O Buraco, una garganta de roca y agua que salva en un suspiro un desnivel de veinte metros. Allí el agua se precipita eternamente, en un caer continuo reforzado por las lluvias del otoño. La fervenza de Bouzafría, paso previo a la Capilla San Cibrán, lugar de la romería anual de Los Ramallos.
Y más arriba, ya en lo alto, espera el punto final de este trayecto. La Aldea da Fraga, devorada por el verde frondoso de una Galicia rural y legendaria. Un antiguo hogar oculto, gran desconocido, incluso, para miles de vigueses. La primera noticia de la existencia del poblado data del siglo XVI. Ahora apenas quedan rocas sobre hojas; grises y verdes que se mezclan acompasados por el run-run del agua caminando. Hace tiempo que nadie vive allí, con reclamos mejores, tal vez, en la ciudad, en Beade o en Bembrive. Un lugar de otro mundo donde recordar todo aquello que todavía nos importa. Incluso en época de Covid.