Por José María Sendra.
Rudy Gobert, All star este año por primera vez con los Utah Jazz, daba positivo en un test del Covid-19 minutos antes de que comenzase el partido que enfrentaba a su franquicia con los Oklahoma City Thunder. Con el público, los jugadores, los arbitros y comentaristas preparados para una noche cualquiera en la NBA todo cambió, para siempre.
Cuando la población comenzaba ya a asumir que se avecinaban tiempos mucho más difíciles de lo que nuestro gobierno se atrevía a decirnos, un pivot francés que juega en el estado mormón por excelencia, se sacrificó por nosotros y expió nuestros pecados.
La cancelación en directo ante la mirada atónita del planeta de la más global de las ligas planetarias, fue un disparo directo a la conciencia de nuestra sociedad, horas más tarde la cascada de cancelaciones deportivas y culturales caían como un dominó perverso, y el pueblo que asumía ya los tiempos difíciles de encierro antes de que sus líderes tuvieran los bemoles de tomar las decisiones para las que les elegimos, perplejo perdía su válvula de escape.
Mientras mis ojos presenciaban a jóvenes ya con edad de cotizar sacándose fotos ante estanterías de papel higiénico vacías, mientras la histeria entraba por las ventanas de los hogares de toda Europa, nos quedamos sin circo, tratando de acumular pan perdimos la cosa más importante de las menos importantes.
Y la cancelación de toda liga relevante del mundo hizo que el hombre se girase hacia su clase política y hacia el cuarto poder, y hundidos comprobamos las bajezas más miserables. En cierto diario madrileño que fuera otrora referencia del periodismo ya sólo sacan a Irene Montero en fotos de las manifestaciones del 8M, aquellas que sabíamos que no debían celebrarse, y a las que algunas vicepresidentas acudieron con guantes de látex y otras, varias, portando el bicho; y en el decano de la prensa nacional llevan días ilustrando las apariciones del candidato presidente a la Xunta con una foto de Feijoo tosiendo, y no en el antebrazo como es norma.
Esta crisis, esta pandemia, este horror al que nos enfrentamos y cuyas consecuencias no queremos adivinar por miedo a la oscuridad y a nuestra más negra imaginación, ha descubierto la capacidad de la sociedad para ir delante de sus líderes; por cada imbécil incapaz de no quedarse en casa hay un millón preocupado de hacer la compra a los mayores, por cada político indecente que pretende sacar rédito de la enfermedad, cien gobernantes de ayuntamientos y comunidades han tomado las determinaciones que creían oportunas.
Por cada presidente preocupado por la foto y por no perder una pancarta que cree vital, hay una Merkel hablando como adultos a sus ciudadanos, un Renzzi pidiendo al resto que no cometan sus errores o un Macron interviniendo material médico para su personal sanitario.
Por cada titular mezquino desviando la atención hacia un perro con nombre de espada, o cada reputado corresponsal hablando de catarros, hay una legión de periodistas tratando de dar voz a los servicios médicos, de informar de las consecuencias de cada situación y de aportar luz.
De la segunda guerra mundial hemos sacado 75 años de paz, de ésta crisis saldrán claras las diferencias del trigo de la paja, y a ello contribuyó un pivot francés lo suficientemente bueno para que el circo cerrase antes de que nos quitasen el pan.