Viena, 1893. En un parque público aparece una mujer asesinada de una forma bastante brutal. Leo, joven policía recién trasladado a la capital, y con formación en nuevos métodos de investigación (el uso de fotografías entre otros), será de los que se encarguen del caso. Pero al mismo tiempo deberá atender otro delito, porque se descubre que un hermanastro Strauss, de los compositores de valses, ha sido enterrado vivo… El inspector será ayudado en el transcurso de sus investigaciones por un personaje peculiar: Augustin Rothmayer, sepulturero del cementerio central de Viena.
Autor: Oliver PÖTZSCH – Editorial: PLANETA. Barcelona, 2022– Páginas: 528 – Género: Thriller – Público: Adultos
Voy a animar un poco esto, después del fiasco del libro de la semana pasada. Me lo he pasado muy bien leyendo este libro, bastante duro, una buena novela policíaca, con retazos de novela histórica.
Empiezo, como siempre, hablando del autor, que no conocía. Oliver Pötzsch (Munich, 1970), ese alemán de nombre casi polaco, es un escritor conocido sobre todo porque ha sido de los primeros escritores en alcanzar el estatus de superventas mediante la publicación del libros electrónicos. Desde su primer libro, La hija del verdugo (2012), estableció su estilo de mezclar novela negra con novela histórica, situando sus novelas en contextos sociales antiguos, como enseñando historia al tiempo que entretiene. Pese al auge de la novela histórica en España, y a que el autor supera los tres millones de libros vendidos en todo el mundo, solamente se han publicado en castellano dos de sus libros: el que he citado en este mismo párrafo, y el que reseño a continuación.
Estamos en Viena, ciudad que ha crecido en número de habitantes pero ha perdido parte de su encanto anterior. La policía casi no puede dar abasto con los cada vez más numerosos delitos, y tampoco está equipada con los medios científicos que empiezan a utilizarse en otros lugares: huellas dactilares, listas de criminales, fotografías… Llega a Comisaría central de la ciudad un joven policía, Leopold von Herzfeldt, que antes ha sido juez de instrucción, y que tiene en propiedad un maletín con muchos de esos nuevos elementos científicos, de los que se burlan sus compañeros veteranos. El mismo día de su llegada se descubre el cadáver de una joven asesinada en un parque público de Viena, con algún elemento especialmente horrible. En un principio Leo es apartado de la investigación, pero pronto la retoma por su cuenta.
Tengo que decir que lo mejor de la novela, en mi opinión, son sus personajes. Especialmente, quien más ayuda al detective, que no es otro que un extraño sepulturero, Augustin Rothmayer, procedente de una larga familia de sepultureros, con aspecto estrafalario pero capaz de tocar el violín como un maestro, o de mantener una conversación culta. Verdaderamente la novela merece la pena sólo por conocer a este personaje. No es el único: el propio Leo es todo un carácter, con una historia detrás que se nos va desvelando a lo largo de la novela. Y el carácter femenino lo pone Julia Wolf, una mujer de armas tomar, telefonista en la comisaría (hace poco que se ha instalado ese nuevo instrumento, pero cada vez tiene más usuarios en la ciudad), que también ayuda, a su manera, en la resolución del crimen.
Por lo demás, los elementos históricos están muy bien traídos. La aparición de nuevos medios en el trabajo policial, como la cámara fotográfica o el análisis de huellas, que supusieron un salto considerable para resolver crímenes; o la explicación de la Viena de la época. Me hizo soltar una sonrisa la referencia a los velocípedos (antecesores de las bicicletas) o a aquellos primeros autos con motor de explosión, frente a los tranvías de caballos. Al final de la novela hay una explicación de circunstancias históricas muy útil para el lector. E igualmente un marco histórico de Viena, válido para todos los lectores, también los menos versados en ese periodo de la historia.