El Celta se ahoga en la salida

Brais pelea un balón con Alderete. Foto: RC Celta

Dos errores en el comienzo de la jugada, uno en cada tiempo, condenan a los del ‘Chacho’ y permiten al Valencia remontar el gol inicial de Iago, lesionado en el trance

La posesión. Tres sílabas que resumen gran parte del relato del fútbol moderno. Un escrito repleto de claroscuros que transitan entre la razón y la estupidez, entre el saber y la miseria, entre la tradicional lógica de despejar cuando uno se siente presionado o la imperiosa necesidad de salir siempre jugando. Vicio o virtud, cualidad o defecto, corrupción o carácter. Esta noche, en Balaídos, más de lo primero, mucho más. Tanto que cuesta otra derrota.  

Porque a un error de Alderete en la salida corresponde otro, casi indescriptible por grosero, de Dituro. El primero supone el 1 a 0. Roba Brais en la presión cediendo rápido a Iago, que paraliza a Guillamón en la carrera, de una bicicleta a otra, para definir con la puntera. Un último esfuerzo, un estirón que permite celebrar un tanto que es a la vez una lesión. Iago se rompe, entra Tapia.

Pero volvamos a los errores, al concepto, a la posesión, al salir siempre jugado de Dituro, que toca para Tapia, quizás frío, quién sabe, en otra noche oscura de otoño. El pase del meta argentino no es malo, es horrible, y Renato no corrige despejando, opta por hacerlo con un toque sutil a la derecha. Intercepta el Valencia, empata Duro. Jugar bonito no siempre es jugar bien. A veces es todo lo contrario.

Van apenas quince minutos y el choque entra en zona Bordalás, ese lugar tenebroso en el que suceden pocas cosas, en el que la presión asfixiante se toca con el aburrimiento de la nada, del error incontenible, de las piernas que chocan y percuten, del hincha que quiere más pero no puede. Y así, sin nada más ni nada menos, se alcanza el descanso, el túnel de reflexión, de repensar. Tres sílabas y una idea: posesión, jugar bonito o jugar bien.

Jugar bonito. Por desgracia, jugar bonito. Un slalom fugaz de Denis es interceptado por Gayá en falta sobre la bocina, cuando el de Salceda ya casi pisa área. La falta inofensiva de Brais acaba entre los guantes de Cilessen.

Dos minutos más tarde, sale otra jugada de los guantes de Dituro, que abre a Kevin, que controla mal y ya se masca la tragedia. Gayá avanza y tira un centro raso, templado, que Aidoo no acierta a despejar y Araujo no acierta a comprender. Y así, en el corazón del área, Maxi hace de Maxi y levanta los brazos al cielo pidiendo perdón. Uno a dos y a remar, otra vez más, tantas que ya se pierde en la memoria la última noche agradable en Balaídos.

Lo intenta el Celta, pero la telaraña de Bordalás es apreciable, digna de estudio. Algunos la critican, pero a eso, a ese posicionamiento, a ese saber estar, a ese continuo anticiparse, se le llama jugar bien. No jugar bonito.

Las posesiones se pierden en un limbo de piernas sin ideas. Y el tiempo corre, y la lluvia cae a rachas, y la noche crece, cada vez más oscura, cada vez más perdedora. Huele a derrota y a invierno que no puede o no sabe evitar Mina en un cabezazo solo en el área pequeña, que saca Cilessen con una majestuosa mano abajo. Como al poco saca arriba una chilena de Brais desde el punto de penalti.

Sigue la penitencia en Balaídos; la hinchada desfila, triste, hacia los vomitorios del nuevo medio estadio, ya viejo antes de completar su nacimiento. El año acaba y los fantasmas vuelven. La vida sigue igual. Algunos piensan en Orbelín, en Denis, en afouteza o en la madre que parió a la idea. Mientras tanto, el hincha sufre. Una vez más. Y siempre.