El Castillo de Soutomaior: un resumen de la historia de nuestra tierra

Esta fortaleza bien podría haber sido cualquier otra cosa entre sus muchos avatares; por ese mar de rocas centenarias discurre un relato que comprende, en sí mismo, muchos otros

La carretera avanza silenciosa a lo largo del valle del río Verdugo, sin grandes estridencias, sin demasiados ascensos. Tan gallega que casi siempre pasa inadvertida a pesar de su buen trazo. El castillo aparece a la salida de una curva, elevado, pero no una multitud, apenas 120 metros sobre el nivel del mar, sobre esa ría de Vigo que no se ve, pero se intuye; que se esconde entre los picos del valle a menos de cinco kilómetros en línea recta.

Hay en Soutomaior algo de místico y mucho de terrenal; un silencio que envuelve todo y que sólo rompen el trinar de algún pájaro invisible o el alborozo que, cualquier día de semana en vacaciones, acercan dos o tres parejas de niños y de hermanos, que corren tan fascinados como los adultos.

Están, estamos, a los pies de un castillo que bien podría haber sido cualquier otra cosa entre los muchos avatares de su historia. Lo cierto es que ahí, por ese mar de rocas centenarias, discurre un relato que comprende, en sí mismo, muchos otros: el de Pedro Madruga, el de la revuelta de los Irmandiños, el del María Vinyals, o el nuestro, el de hoy en día, el de un lugar que ha sabido adaptarse para ofrecer al visitante un entorno y una visita inmejorables.

Porque sólo la ‘finca’ del castillo comprende unas 25 hectáreas de historia y armonía, la que transcurre de los campos de maíz originarios a la residencia de verano de los Marqueses de la Vega de Armijo y de Mos; la que avanza, imparable, a través de los distintos ejemplares que, a veces, llevan allí ochocientos años con todas sus estaciones, como sucede con alguno de los castaños.

Mucho más tarde llegaron naranjos, eucaliptos y palmeras. Y naturalmente las camelias. Camelias que se distribuyeron primero en grupitos por el parque, y se enroscaron luego como guirnaldas de color en torno a la colina.

Todos ellos son hoy testigos mudos de un relato que no para de crecer y que resume, casi sin querer, más de medio milenio de nuestra historia, de la historia de Galicia, de la feroz fortaleza medieval que fue, y que sigue siendo, maquillada, para disfrute de cualquiera que quiera perderse entre sus faldas.