“Donde dije digo, digo Diego”

“Parece ser que resulta necesario subir los impuestos un 4% para no perjudicar a las arcas municipales, unas arcas que atesoran casi 200 millones de euros sin gastar”

“Donde dije digo, digo Diego”. El juego de cinco palabras configura una de las frases típicas de nuestro sabio refranero popular, una especie de baúl de sastre en el que, cuando faltan las ideas, uno encuentra ingeniosas soluciones lingüísticas a todos sus problemas. Basta remover un poco en el cajón para que un puñado de letras escenifiquen lo que sucede en nuestros días.

Por ejemplo, con Abel Caballero, alcalde de Vigo, que el año pasado por estas fechas congelaba los impuestos para no perjudicar a los vecinos ante la elevada inflación que soportábamos. “Con la inflación situada por encima de los dos dígitos, la realidad es que los vigueses pagarán el año que viene un 10% menos en impuestos, la reducción real más importante que hubo nunca en la ciudad”, afirmaba con cuajo el regidor. Porque bajar, lo que se dice bajar, no los ha bajado nunca en 16 años de mandato. Congelar, sí. Hasta este año.

Porque “donde dije digo, digo Diego”, y ahora es necesario subirlos un 4% precisamente por la inflación, para no perjudicar, supuestamente, las arcas municipales. Unas arcas que atesoran casi 200 millones de euros de dinero ya recaudado en otros años y que no se ha sabido ejecutar. Pese a todo, el concejal de Hacienda, Jaime Aneiros -nótese que en estos casos Caballero guarda un maravilloso silencio- afirmaba en un audio que el gobierno sólo busca “mantener el nivel de la hacienda pública de Vigo para seguir haciendo frente a las necesidades de las personas que viven en esta ciudad”. ¡Cuánta grandeza!

Lo cierto es que en Vigo pagamos los impuestos más caros de Galicia. Y también de España en muchos casos, faltaría más. Es el caso del IBI, un tributo que deja a los gobiernos locales un porcentaje a aplicar sobre el valor catastral de una vivienda, que oscila entre el 0,4% y algo más del 0,90%. Aquí está fijado en ese 0,91%, muy cerca de ese máximo legal.

Para que se hagan una idea, sin salir de Galicia, en Ourense el porcentaje que se aplica sobre el valor catastral del inmueble es del 0,45%; en Santiago de Compostela, del 0,51 %; en A Coruña del 0,60 %; en Ferrol, del 0,63 %; en Pontevedra, del 0,64 %; y en Lugo, del 0,67. ¿Y fuera de Galicia? Pues sospecho que ya saben la respuesta. En Madrid se aplica el 0,45%; en Barcelona, el 0,66%; en Vitoria, el 0,32%; en San Sebastián, el 0,18%; o en Santander, el 0,4%.

Lo mismo sucede con otras tasas, como la basura, que en muchos casos se paga aunque no se disfrute en las mismas condiciones. Usted, vecino de Vigo, abona los mismos 90 euros -y subiendo- resida donde resida, aunque evidentemente el servicio no es igual. En muchas parroquias el camión pasa tres veces por semana, mientras que en el centro lo hace a diario.

Por suerte, nuestro alcalde todavía no ha pensado en inventar nuevos impuestos para paliar la supuesta falta de dinero. Aunque puede suceder si se entera de que con ello tiene opciones de pasar a la historia. Como el emperador Vespasiano, que en el primer siglo de nuestra era estableció un tributo a la orina en las letrinas públicas. Una forma singular que el pueblo, siempre agradecido, ha sabido recordar llamando vespasiani a los urinarios públicos.

Mientras tanto, sigan disfrutando del verano. A fin de cuentas, qué más da. Sólo hay dos verdades que no podemos esquivar: la muerte, y los impuestos. Ni siquiera en Vigo, ni siquiera los vigueses, ni tan siquiera nuestro alcalde.