Domingo fantasma en la ciudad desierta

Entre las acciones planteadas, figura un Plan de Reconstrucción Económica de Vigo que tome como referencia el superávit municipal.

Un recorrido por las cámaras de tráfico de Vigo demuestra que la inmensa mayoría de los vigueses cumple a rajatabla el confinamiento

Es domingo y el reloj marca poco más de las doce, aunque bien podría señalar las diez, las cuatro, la una, o las once, porque nada hace indicar que el tiempo avance. Las cámaras de tráfico de Vigo devuelven una imagen estática, congelada, de ausencia total de movimiento. Un día fantasma en la ciudad desierta. La séptima jornada de un confinamiento bien cumplido.

En la rotonda del bicentenario, a los pies del Castro, las sombras de los árboles se entremezclan con el gris solitario del asfalto, más pujante que nunca en ausencia de vehículos… y de gente. Ni una persona en una instantánea triste y solitaria, que se lleva por delante el último domingo de Cuaresma –paradójico ‘domingo de alegría’-, a las puertas de unas ya inexistentes vacaciones de Semana Santa, y más lejos aún si cabe de la celebración de la Pascua con los nuestros.

Poco importan estas cosas en una ciudad confinada, vacía y ausente de los suyos -los vecinos, los vigueses- que permanecen aislados en sus casas mientras el Gobierno amplía el estado de alarma. Al menos dos semanas más de domingos solitarios que se comen el Berbés, dejando al descubierto la inmensa plaza de granito; que vacían la Farola de Urzáiz, recordándonos el encierro en cada una de las losas que hoy se pueden contar; que desnudan el bulevar de la Gran Vía, en donde se amontonan máquinas, tubos y casetas.

Vigo, como España, ha sido devorado por la nada. En Montero Ríos, cerca del Centro Comercial A Laxe, las motos se estacionan ordenadas a la puerta del Hotel Bahía, mientras que al otro lado se entremezclan velas plegadas en el muelle, sinónimo de una ría hoy eterna y olvidada. Un poco más allá, la Puerta del Sol se muestra como la antesala de un Príncipe carente de sentido: una calle peatonal sin sus peatones.

El aislamiento ha triunfado en la ciudad, de punta a punta. De los muelles portuarios a las playas, pasando por Teis, por Bouzas, por Bembrive y por Beade; dejando atrás Sárdoma, Lavadores, Plaza de España, Casablanca o el Casco Viejo. Vigo vacío y vaciado. Un Vigo que se recoge en cuarentena y que devora también a sus domingos. Nada de planes y comidas familiares, de paseos vespertinos con los niños, de sol y de parques infantiles. Por ahora, paciencia; mucha paciencia en la ciudad fantasma.