Día 8 del año 1 después de Covid
La cuchilla
22 de marzo; y después de muchos dimes y diretes, de darles vueltas a lo obvio, nuestro presidente ha confirmado la evidencia: dos semanas más de estado de alarma. Hasta el 11 de abril. ¿Saldremos el domingo de resurrección a celebrarlo?
Hoy me he dado cuenta de que en la última compra se me quedó algo atrás: las cuchillas de afeitar. Siempre pasa. Sólo me queda una, a todas luces insuficiente ante la ampliación del confinamiento. Podrán pensar, y lo entiendo, que es una tontería: déjese usted barba y se acabó el problema. Es cierto. Tan cierto como que la falta de rutina es la puerta directa hacia el hastío. Y por ahora, me niego a abrirla.
Al otro lado de esa puerta sólo hay negro: un agujero terriblemente oscuro que todo lo devora. Cuando era niño recuerdo a mis padres viendo en la tele la historia de un arquitecto mexicano secuestrado: Bosco Gutiérrez. Aquel hombre estuvo más de 250 días encerrado en un agujero de tres metros de largo por uno de ancho. He visto camas más grandes. Al final logró escapar. Pero por el camino, como él mismo relataba, tuvo que tirar de la rutina, de las reglas, para huir de la locura: tres horas de ejercicio diario; dos de lectura; un rato de oración.
Mi posible barba, no alcanza esa dimensión, lo reconozco. Igual que nuestro mes de confinamiento está lejísimos de la heroicidad de aquel arquitecto mexicano. Son sólo anécdotas que nos ayudan a caminar mejor, ligeros de equipaje cuando los niños discuten y pelean, cuando el trabajo se atasca, cuando tu mujer te incordia sin saberlo. La vida misma.
Aunque mi mujer es la suma de todos los imperios. Lo confieso. Sólo le fallaba un poco el orden, y resulta que ahora se ha enganchado. ¡Es una adicta! Todo lo limpia y todo lo ordena. Una y otra vez. ¡Para algo bueno tenía que servir la cuarentena! Y para muchas otras cosas que hoy no vemos, pero que mañana comprenderemos. Al final, no lo duden, el bien siempre triunfa sobre el mal. Mientras tanto, aféitense. O no. Como les venga en gana. Pero no se dejen dominar por el hastío.