Día 23 del año 1 después de Covid
Empatía
Una noticia marca el rumbo de la tarde. El bicho se ha llevado a la madre de Guardiola. Vaya por delante que soy un fanático del fútbol, uno de esos que se pasa la semana pensando en qué balas va a quemar con su mujer; o que ha tenido que buscar refugio en otros vicios para llenar el vacío existencial de la ausencia de partidos.
Admirador del Guardiola entrenador, en mi humilde opinión, revolucionario del fútbol moderno, creador del mejor equipo que yo he visto y que veré. Enemigo acérrimo del personaje público, inventado y sostenido, también en mi humilde opinión, sobre una inexistente superioridad moral que trata de ocultar desde el más falso de los buenismos, ese que traspasa la barrera de la hipocresía a cada instante. Ese mismo que me hace, pese a todo, odiarlo más que amarlo.
Y, sin embargo, no puedo dejar de empatizar cuando leo la noticia. Los ojos se humedecen y se nublan pensando en el ‘Pep persona’, en el ser humano que no ha podido despedirse de su madre, alejado y sepultado en Manchester por un jodido virus que todo lo contagia. Privado del entierro de Dolors.
Por desgracia, estos días hay demasiados Guardiolas en el mundo. Miles de padres que se entregan rodeados de la más absoluta soledad; que no encuentran una mano que les guie en su último viaje; que ni tan siquiera pueden escuchar esa voz conocida y adorable de aquellos a quienes parieron hace décadas. Un final muy mal pagado a cualquier vida.
Porque el problema de este virus es que nos ha deshumanizado sin quererlo; que nos priva de lo más íntimo, de la posibilidad de despedir a nuestros muertos. Y me revelo y me enfado y me cabreo. Y sólo pido a Dios que no nos toque, que no me toque, con el egoísmo también propio y exclusivo de lo humano. Perdónenme.