Decía nuestro alcalde Abel Caballero hace no mucho, al hilo de las tan manidas luces de Navidad -esas que se anuncian en verano, se montan en otoño, se disfrutan en invierno y se recogen casi en primavera-, que su homólogo madrileño, José Luis Martínez-Almeida, estaba “cabreado” porque Vigo gana a Madrid en lo que a estas luminarias de fiestas navideñas se refiere.
“No es capaz de hacer la Navidad que Madrid merece”, llegó a afirmar esa jornada Caballero. Del mismo modo que apuntaba, días más tarde, que los impuestos en Vigo se congelan para 2022. Algo, añadía, tratando de explicar lo inexplicable, que en el fondo supone una bajada, ya que al no subir los impuestos, pero sí hacerlo el IPC, estos “en términos reales, se rebajan un 3,5%”. La cuadratura del círculo; algo así como no querer llamar peaje al ‘sistema de tarificación para las vías de alto rendimiento’.
No obstante, ese día Caballero incluso dijo más: “La norma es incrementar los impuestos igual que los precios, pero yo no lo quiero hacer”.
Una norma no escrita, entendemos, y que, por lo hecho esta semana por el comparado Almeida, no debe ser real. De hecho, el alcalde de Madrid, pese a las normas, ha anunciado la bajada del IBI para el próximo año: del 0,456% al 0,428%.
Llegados a este punto, también cabe aclarar que son los ayuntamientos los que fijan el tipo municipal que afecta al IBI, con un tope máximo del 0,91%. En concreto, ese porcentaje aplica al valor catastral que pone Hacienda a cada inmueble. Y sí, si alguno lo estaba sospechando, en el caso de Vigo el tipo está en el mencionado 0,91%, el máximo legal permitido. Y esa sí es una norma escrita, aunque ya saben que en el fondo nos están bajando impuestos.
Bromas aparte, para una vivienda de un valor catastral de, pongamos por caso, 60.000 euros, un vigués abonará en 2022 un IBI de 546 euros, mientras que un madrileño, por el mismo piso, pagará 256,8 euros.
No son luces de Navidad, pero es dinero. Conviene también comparar estas cuestiones.