Las manchas oscilan del negro puro a diferentes tonalidades de gris. Un arcoíris de texturas descansa en los esponjados trazos negros. Parecen nubes. Enmarcan una figura central de espaldas. Gris. Muy gris. casi negra. Está de espaldas. El pie derecho se flexiona. Parece que camina. Y un paraguas lo equilibra. Los árboles en perspectiva se van diluyendo en color y tamaño. Las pinceladas en semicírculo enmarcan la figura. No se le ve el rostro, pero se palpa ese deje nostálgico. La parte superior del cartel es diáfana: blanco sobre blanco. No es puro, metáfora de la vida. Está agujereado por círculos enanos de negro distribuidos con una lógica. Entre paréntesis, de tipografía moderna, seria, elegante, su significado en dos sintagmas: Para sempre, Malévich).
Quién le diría a O Porriño que los primeros días de febrero se encerraría para rodar el cortometraje de Antón Veiga, en una adaptación del relato del libro Galería de Saldos del escritor Diego Giráldez, oriundo de la población. Casi un mes después, se confina el país entero. De la ficción de O Porriño a este drama que sigue atormentándonos sin parar, ahora con el bochorno de esas artimañas para pisotear a quién realmente necesita la vacuna.
No es que ansíe por regresar a ese 2020. Pero también ocurrieron cosas bellas en este año que nos afanamos en olvidar. Son algo más de once minutos (vale la pena dejar sonar la canción sobre un fondo blanco gris, en un cortina salpicada en negro por los participantes), un tiempo aprovechado, vestido en una atmósfera de planos detalles de rostros entusiasmados por la belleza, un Malevich orixinal, una sonoridad de los vocablos dulces que se mezclan con la canción trascendental Mara, de Eladio Santos, o las cousas fermosas de los días a pesar de que no nos ha tocado vivir una vida de purpurina, sino todo lo contrario que bien se merecieron al final del año un reconocimiento internacional.
A través de la espiritualidad en los cuadros de Malévich, regreso al recuerdo de la primera vez en que supe de O Porriño. Fue a través de las indicaciones en la paneles de las carreteras saliendo de Vigo. El nombre de la población me provocaba una risa inexplicable. Sí, eran tiempos en que la risa absurda invadía mi juventud. Siempre he gozado con la belleza y el humor de las cosas sencillas que nos pasan. Giráldez también lo sugiere con su pluma en su personaje Bertram Herzog, marchante de arte ciego. La cultura, los libros y los colores nos humanizan y nos salvan de la ceguera de la vida.